lunes, 1 de junio de 2015

Educación liberadora Revolución del conocimiento

En el marco del Congreso
Inventar las Democracias del Siglo XXI


Participación de
José Javier León
Docente de la UBV Zulia

Viernes 22 de mayo de  2015
Centro de Arte de Maracaibo
Lía Bermúdez (CAMLB)



“…para nosotros el tiempo es vida, pero para el capital el tiempo es oro.”

“Necesitamos liberar el trabajo del concepto capitalista de trabajo, que no es trabajo nada.

Hay un problema directamente relacionado con la educación: por fragmentar los conocimientos vemos la cultura por un lado, la política por otro, la economía por otro, en fin, creo que ahí está una clave de los problemas que se nos han ido presentando y nos han hecho víctimas de un sistema que ha generado mecanismos diversos, múltiples, de deshumanización. Por eso he querido comenzar con una pregunta que es como una suerte de adivinanza: ¿qué tienen los ricos que no tenemos nosotros y no es dinero, ni propiedades? Hay algo que los ricos tienen y tienen en abundancia que no es –repito- dinero ni propiedades; tienen… Tiempo. Y el tiempo es lo que menos tienen los pobres.
Nosotros hemos sido víctimas de una división viejísima: saber y trabajo. El conocimiento requiere tiempo, el trabajo requiere esfuerzo; y aunque ciertamente, ocupe tiempo, éste lo perdemos: lo vendemos, lo alquilamos, nos lo compran o roban, porque la relación nunca es equitativa.

 Esa clave del tiempo es estratégica para nosotros y debemos comenzar a considerarla porque todos los esfuerzos que hagamos como docentes, como activadores culturales, como responsables de la política pública en torno a la cultura, es la construcción del tiempo colectivo como una manera de liberarnos estructuralmente del dominio del capital. Es decir, si nosotros en nuestras comunidades, en los colectivos y organizaciones, no construimos formas para la liberación del tiempo estaremos siempre dominados por las relaciones de capital.

Una de las cosas por las que, por ejemplo, poca gente del pueblo asiste a actividades como esta es, precisamente, porque no tiene tiempo. El tiempo lo tenemos nosotros porque contamos con un sueldo, porque tenemos ventajas en la distribución de la riqueza nacional, es decir nos queda tiempo para sentarnos a reflexionar. Es más, de alguna manera nos exculpamos porque el Estado está subvencionando este momento en que estamos acá. Pero al señor, a la señora, al joven o a la joven del barrio, de la comunidad, nadie le está pagando, o el Estado no está cubriendo su asistencia aquí aunque se haya hecho un montón de cosas para que sí (mejorando las relaciones laborales, reduciendo el tiempo de trabajo, mejorando las vías y el transporte, llevando salud y educación a las comunidades, etc.), mas todo eso resulta imperceptible a menos que haya una buena campaña de información, de cultura, de educación, para la que se requiere –otra vez- tiempo.

De modo que las personas no participan en actividades como esta porque están digamos trabajando o están viendo cómo hacer para sobrevivir, para hacerle frente a la vida y a las necesidades económicas que no tienen como subvencionar sino con un esfuerzo que entienden como exclusivamente propio.

Esa situación persiste con todo y que –repito- se han generado ventajas a través de una mejor distribución de la riqueza lo cual se manifiesta en, por ejemplo, las mujeres del barrio que reciben ayudas económicas por los hijos y eso obviamente, les da más tiempo; cada ayuda económica, cada subvención se convierte en tiempo porque es menos el que tienen que dedicar para sobrevivir. En efecto, hoy muchas personas de la clase media sobre todo, se quejan de que ya no consiguen personas para el servicio doméstico, por supuesto lo primero que piensan es en la cola de los “bachaqueros”, pero muchas que antes trabajaban en el servicio doméstico ya no tienen necesidad de hacerlo, tienen otras entradas económicas; muchas están estudiando… en otras palabras, tienen más tiempo. Aunque remotamente pueda ser agradable el trabajo doméstico ajeno, estoy seguro que muchas mujeres preferirían no hacerlo, estar en su casa y atender a su familia.

El hecho es que el tiempo es una sustancia material que han administrado a su placer las clases poderosas, desde siempre se lo han expropiado a las mayorías por diversas vías, la más terrible sin duda la esclavitud: quitarle el tiempo a la persona a la fuerza; hoy evidentemente hay esclavitud aunque la coerción no sea “violenta” y no veamos las cadenas como decía Alí Primera. De modo que, podemos decir, ciertamente, que el tiempo no nos pertenece.

Aunque le juguemos kikirigüiqui, siempre de alguna manera estamos dependiendo de las estructuras de dominación que pasan por el control del tiempo. Pero esa dominación es, sin embargo la más invisible no obstante ser la más tenaz. No la percibimos pero vemos sus efectos, se materializan sus efectos no la base, la fuente de la dominación.


Así, nuestro plan político debe estar dirigido a conquistar zonas de tiempo liberado. Debemos crear espacios –los ricos los llaman de ocio, pero con una carga peyorativa-, y llamarlos ocio si nos da la gana, pero eso sí entender que se trata de una apropiación del tiempo, o empleando una palabra que está en discusión pero cuyo significado conocemos: un empoderamiento. Las comunidades, el común de nuestro pueblo, nosotros mismos, debemos empoderarnos y buscar mecanismos políticos para hacernos del tiempo porque es ahí donde se pueden cultivar, por ejemplo, los conocimientos.[1]

No hay educación liberadora sin tiempo para la reflexión. Esto que estamos haciendo acá, reunirnos, requiere tiempo, ahora bien, para que eso ocurra deben estar cubiertas una serie de necesidades básicas. Claro, muchas de esas cosas no las percibimos políticamente, o bien de manera estratégica, y por eso nos quejamos de cosas que pasan como que, por ejemplo, la gente no participa. Entonces llegamos a un barrio y decimos: la gente es apática, la gente no quiere participar. Pero lo que sucede en verdad es que no tiene tiempo.

¿Cómo lograr una mayor participación? Pues tenemos que ir al fondo del asunto: hay que cambiar las estructuras de la economía de esas comunidades. Nada más y nada menos.

¿Cómo logramos que las madres, los padres, puedan tener de 2 a 6 de la tarde tiempo para sentarse satisfechos, en calma, cómodamente, a reflexionar, a pensar, si lo que les queda libre es de las 7 a las 9 de la noche, cuando ya están por supuesto cansados, y lo que les queda a veces sólo es el fin de semana? ¿A dónde se dirigen las clases de Misión Sucre si no a los fines de semana? Y entonces se les exige el doble, un extra que el pueblo está dispuesto a dar, de hecho respalda esas políticas, pero debemos considerar las cuestiones que tienen que ver con el cuerpo, con la familia, con eso de lo que la gente tiene que desprenderse para robar tiempo, en todo caso, retomar tiempo que el capital le ha expropiado.

Cuando decimos que las reuniones del Consejo Comunal tienen que ser a partir de las 8, o que tienen que ser los sábados y un ratico en la tarde… ¿Por qué? Precisamente porque el tiempo que tendrían para la organización, para la reflexión, para el trabajo colectivo, ha sido expropiado por las relaciones de capital. Tenemos entonces que generar una economía liberadora que les proporcione a las comunidades tiempo para la reflexión, [para la cultura, para los bienes esencialmente humanos, entre ellos los espirituales].

Y para ello hay unas claves que debemos atender. Una es que el capital creó como el non plus ultra de lo humano el individuo, una construcción histórica y además abstracta; es decir el individuo no existe, es una entelequia, porque la verdad es que nadie es individual. La única manera de pensar lo individual es pensarlo –si cabe la expresión- mentalmente, pues físicamente no existe individuo como tal. Todos somos unidades complejas y en relación con. El individuo es, pues, un concepto. Es una abstracción. Y es una creación del capitalismo a la cual le encasquetó un nombre: el homo economicus.[2] Y sobre esa entidad capitalizó la economía, el derecho, la política. Por ejemplo, el individuo [y sólo él] es un sujeto de derecho. Por eso suceden cosas como ésta: una persona cae presa, pero la ley se olvida por ejemplo de la familia, que la persona que incurrió en un delito es padre, madre, que esa persona no está sola. Por cierto, de ello se dio cuenta mi hijo…[3] El punto es que el derecho no ve (la justicia es ciega, dicen) que la ley afecta sólo al individuo.

El derecho, la economía, la política moderna se fundaron sobre esa entidad abstracta que es una construcción histórica, el individuo, que el capitalismo llamó con sus teóricos: el homo economicus. Y esa entidad abstracta es atémpora, fíjense que desde el momento que comienza a construirse aparece una frase que es muy propia del capitalismo y que todos conocemos: el tiempo es oro. Porque lo que surgió es que el tiempo va por un lado, que el tiempo del capital es uno y el tiempo humano es otro: el tiempo de la vida. Pero este tiempo y la vida fue expropiada para la reproducción del capital y el capital se reproduce en un tiempo que es suyo, y que no es obviamente el tiempo humano, el tiempo de la vida; no, el capital se reproduce a su tiempo, a su ritmo y es tan bestial –y esto no es una metáfora- que no descansa y no tiene dimensión del pasado, el presente y el futuro, sino que ocurre (y corre) en un instante depredador, voraz, absoluto. Por supuesto, este tiempo del capital no tiene nada que ver con los tiempos de la vida, de lo orgánico, de la reposición, con los ciclos de la vida. Al contrario, está por encima de todo eso porque su tiempo es otro.

La instancia abstracta que puede acompañar ese tiempo es el homo economicus; es decir, el capitalismo y su tiempo engendraron una entidad con un tiempo que tiene su propia naturaleza, el homo economicus, el que puede vivir al ritmo del capital. Por supuesto, no hay cuerpo humano –porque en definitiva hay un cuerpo humano- que aguante el ritmo del capital. El homo economicus puede encarnar en un alto ejecutivo o en un pobre que no encuentra qué comer, pero encarna allí porque de lo que se trata es de que el capital, como un vampiro, le absorba el tiempo.

La clave está en que el capital expropia, incorpora el tiempo, se lo roba de la vida y lo que engendra son entidades que se mueven, comen, caminan, pero que no tienen vida. Porque para nosotros el tiempo es vida, pero para el capital el tiempo es oro.

La entidad abstracta que el capital necesitó para poder moverse entre los humanos es el homo economicus, una “persona” des-humanizada, realmente des-temporalizada, a la que se le ha usurpado el tiempo. Por eso, las personas capitalistas o que asumen el ritmo del capital viven rápido, en la angustia del tiempo que pasa volando, en la angustia de la urgencia, todo es vertiginoso. ¿Y qué dice la persona que está subsumida, que está absorbida por el capitalismo? Dice: no tengo tiempo para nada. Para lo único que tiene tiempo es para reproducir el capital.

Entre las artimañas del capitalismo, la persona que vive sobrepasada en su humanidad para poder cumplir los ritmos del capital, es la exitosa. Es la misma artimaña que usa el capital con las madres: la madre que estudia, que trabaja, que atiende el hogar… Todo eso y más se concibe luego como valores, como un triunfo de la mujer cuando la verdad es que ha sido cuatro, cinco, seis veces más explotada que el varón. Es pues una cosa terrible porque nosotros y aun las mujeres asumen que eso es una maravilla, puesto que han logrado sobreponerse a las limitaciones del cuerpo y la familia para entregarle todo y más allá a la reproducción del capital.

La mujer o el varón que entregan su tiempo para dárselo como en un holocausto al capitalismo dejan de ser personas, se deshumanizan y se convierten en unas entidades abstractas, animadas pero sin vida, la perfecta encarnación del homo economicus.

Ahora bien, hay una clase social que es su encarnación colectiva: la clase media. Hay dos cosas, de una voy a hablar, de la otra no. Hay, decía, dos entidades que el capitalismo creó: una es el adolescente, que no existía ni existe en otras culturas y que es una construcción del capitalismo. La otra es, repito, la clase media.

Si nosotros atendemos por un momento a las características que he dado del homo economicus, de esas “personas” sin tiempo, sin vida, deshumanizadas, entregadas al capitalismo, no hay una clase que le dé más su tiempo al capitalismo y que lo haga con orgullo, como quien se realiza plenamente. La clase media ha hecho de la entrega de su vida al capital una iglesia, una religión: está entregada en cuerpo y alma a la reproducción del capital. Y aunque crea ser compensada por el consumo en verdad ello ocurre sólo simbólicamente, porque nada puede compensar la pérdida del tiempo, pues lo que se entrega, lo que la clase media entrega es tiempo. Por supuesto, la compensación es pírrica, porque, si entrego tiempo, ¿cómo un microondas me lo regresa?

Pero es precisamente allí donde comienza la trampa del capital, cada objeto, cada artefacto doméstico es vendido como tiempo. El confort es vendido como tiempo. Ahora, es un tiempo que, dadas ciertas condiciones en que se entrega retorna como objetos, artefactos y confort individualizado. El confort difícilmente es colectivo, pues se experimenta individualmente. El tiempo que entregamos en masa como clase social creada por el capitalismo se nos regresa individualmente en artefactos, en cosas materiales, en instrumentos individualizados, por eso experimentamos individualmente el confort, lo cual constituye una perfecta estrategia desmovilizadora. Una vez que nosotros en la individualidad somos satisfechos ya no tenemos tiempo, o mejor ya no tenemos necesidad, urgencia, para resolver la satisfacción colectiva.

Por supuesto, la clase media encuentra que todas esas satisfacciones se las merece, y así con esa clave retraduce y justifica que otros no las tengan porque no han hecho (individualmente) lo que ella ha hecho. Por ejemplo, citemos una frase típica entre universitarios: yo sí me quemé las pestañas. (Yo sí trabajé, yo sí estudié) Todo es individual (e intransferible). Igual como se merece, así dice la clase media, “bachaquear” dólares, es más, lo que dice es: esos dólares son míos.

La clase media entrega su tiempo, pero no es ella individualmente, lo entrega como clase, porque el capitalismo ha generado esa trampa. A cada uno de nosotros nos trata como individuos, y ya he dicho antes que el individuo no existe, ahora bien, el capitalismo nos trata como tales, de hecho nos convierte en objetos de derecho, de la economía, de lo político, individualmente. Así nos trata. Nosotros entregamos nuestros tiempos particulares, que se convierten en una gran masa de tiempo que el capitalismo administra para su única necesidad que es la reproducción del capital. O sea, nosotros nos deshumanizamos y los ricos capitalizan dinero. Nuestro tiempo se convierte en dinero. La retribución del capital viene por la generación de confort que se traduce individualmente. Ahora bien, ese confort individual ocurre a expensas del tiempo que no solamente entregamos, pues pudiera haber una mínima relación de equidad, el asunto es que la gran mayoría que no es clase media está siendo más explotada en su tiempo porque primero, no tiene ninguna compensación de confort y además, hace todo el trabajo duro: la minería, la albañilería, la construcción. Pónganse a ver dónde está el esfuerzo que construye materialmente la realidad...

Por ejemplo, buena parte de las textileras del mundo están construidas sobre trabajo esclavo, pero la clase media no sabe nada de eso y no quiere saberlo porque está muy confortable, experimentando individualmente su confort puesto que siente y cree que “se lo merece”. ¿Qué es lo que no ve? Que el microondas, el celular, la ropa, están construidos con trabajo esclavo.

¿Quién construye la invisibilidad de ese trabajo esclavo? Buena parte la construye la inconsciencia colectiva de la clase media. ¿Por qué no ve eso? Porque verlo desnudaría su contradicción básica, dejándola al desnudo. Por eso los medios de comunicación buscan por todas las vías tapar esa realidad, e incluso creo que si la mostraran, buena parte de la clase media se rehusaría a verla.

Existen como se ve tres segmentos en esto del manejo del tiempo: los ricos gozan el que expropian de la clase media la cual se siente retribuida –al perder su tiempo- con sentimientos y conceptos de confort; por último, el tiempo que ricos y clase media roban de las grandes mayorías que hacen el trabajo con el que fabrican todo cuanto existe. La maquinaria funciona perfectamente porque a los ricos no les preocupa la explotación, la clase media no se da cuenta de la realidad porque se siente confortable, y los pobres permanecen en la invisibilidad del trabajo de las minas, en la explotación terrible, sin voz ni mecanismos para hacer visible la expropiación de la que son objeto.

Así funciona el mundo, así ha funcionado, por lo menos desde la revolución industrial para acá. La expropiación del tiempo y la explotación total, en las márgenes, en las periferias de las ciudades; mientras, la clase media aceita y mantiene en movimiento la ideología del capital cabalgando la ola del confort que se manifiesta individualmente; finalmente, el rico vive de la explotación y el consumo a manos y boca llena del tiempo que roba.

¿Qué nos toca a nosotros? Lo decía hace un momento: nos toca primero, entender esa situación, comenzar a discutirla en estos aspectos filosófico-materiales. Segundo: nos toca entender que debemos construir una economía liberadora, que logre liberar tiempo social.
Una manera de recuperar el tiempo es con el trabajo colectivo. Porque el capitalismo, como individualizó al homo economicus dijo además que el esfuerzo y el trabajo eran individuales y que el trabajador por ese y sólo por ese recibe su paga. Lo que el individuo no ve es cómo forma parte de un colectivo. Claro, el capitalismo generó mecanismos de trabajo que individualizaron el esfuerzo, el fordismo por ejemplo, que terminó siendo una ideología, una manera de ser y de producir.
Nos toca pues organizarnos para el trabajo colectivo. Porque trabajando juntos liberamos tiempo. El esfuerzo colectivo es lo que puede liberar tiempo. Nosotros debemos crear empresas socialistas donde la enseña, la bandera sea el trabajo colectivo, con la disminución sistemática y progresiva de las horas de trabajo. Por supuesto, seguro ustedes habrán leído cosas sobre la plusvalía, es decir, cómo se roba el tiempo el capital, pero lo que sí me interesa es ver cómo nosotros recuperamos para nosotros, para el pueblo la verdadera noción de trabajo que nada tiene que ver con el trabajo capitalista.

En esa noción de trabajo podemos encontrar que el tiempo para producir la realidad material, si se trabaja en colectivo, es –como dicen- más rendidor. Debemos pues sacarnos de la cabeza –y fue una reivindicación de comienzos del siglo XX- el 8 horas de trabajo. Chávez lo intentó cuando nos repetía que con 6 horas era suficiente, es posible que hasta con menos, pero es una cuestión que tenemos en la cabeza y que es como una cárcel, una forma de esclavitud. Porque hay mucha gente que dice: si trabajamos 4 vamos a afectar la producción. Nosotros tenemos en la cabeza que si no trabajamos al ritmo del capital vamos a empobrecernos y eso es una trampa, una ideología con la que fuimos amamantados.

Necesitamos liberar el trabajo del concepto capitalista de trabajo, que no es trabajo nada. Necesitamos reencontrar en colectivo, redefinir qué es trabajar. Y cómo es que podemos –ahora sí- trabajar en función de intereses colectivos y en función de satisfacer necesidades bien planificadas, necesitamos trabajar en función de un plan económico construido territorialmente, comunalmente y allí distribuir el trabajo en función de ese plan, porque la “economía” está tomada por los intereses del capital. Tenemos entonces, como activadores culturales, que trabajar en nuestros barrios la construcción de proyectos socialistas, empresas socialistas donde la producción satisfaga necesidades territorializadas y a un ritmo de producción que no signifique la pérdida del tiempo, entregar tiempo a una lógica de reproducción del capital que no tendría sentido allí.

Nosotros pudiéramos generar empresas en función de una economía donde empresas familiares constituidas por costureras trabajen por ejemplo dos horas diarias, no tendrían que trabajar 8, porque esa es una lógica ganada incluso a punta de muertos, porque sépase no eran 8 horas antes de los sucesos de Chicago, eran 10, 12, 14 o 16. Nosotros tendríamos que ver, primero, qué significa trabajar y luego, en base a la producción articulada a las necesidades, colectivamente, trabajar. Se trata de tomar el asunto de la construcción del tiempo y de la realidad en nuestras manos. De pronto, digo, trabajamos 5 horas y está bien, trabajamos 6 y también está bien, pero lo que sea que trabajemos debe estar en relación directa con lo que se produce y la satisfacción de necesidades.

Además hay un montón de cosas que hoy, con la tecnología, se facilitan, porque he aquí que la trampa del capitalismo era decir que la máquina nos liberaría de tiempo, algo totalmente falso y a la vista está. El capitalismo con las máquinas liberó tiempo pero no lo retribuyó a los humanos sino que lo sumó a la acumulación de capital. Nosotros necesitamos recuperar la máquina para liberar tiempo. El proyecto socialista no puede ser la producción loca (producir por producir) como tal vez se lo planteó según alguna literatura la URSS, nosotros necesitamos trabajo liberador, la máquina incorporada al trabajo para liberar tiempo, poner a la máquina a trabajar mientras nosotros discutimos, conversamos, en fin tenemos tiempo para la construcción colectiva, para el uso y usufructo que es la vida. Porque el tiempo, en definitiva, es la vida. Sólo estamos aquí para gozar del tiempo y el capitalismo nos lo robó.
¿Cómo se lo quitamos? He allí el proyecto político.


[1] En el 2006, escribía lo siguiente: “Cuando yo entré a la UBV comencé a “dar clases”, luego me di cuenta –y no fui yo solo- que a ninguna parte íbamos a llegar por esa trilla. De ahí la necesidad de socavar las bases de la educación liberal burguesa sostenida como todo el sistema capitalista sobre la noción administrativa y política del control del tiempo. Si controlo el tiempo, tengo el poder. Si el control del tiempo se difumina en la comunidad y todos participan en su construcción, entonces el poder queda en manos de todos. El empoderamiento pasa pues, por la construcción colectiva del tiempo. El tiempo que hasta hace poco sólo conocíamos no nos pertenecía, le pertenecíamos a él, desafiando como siempre la enseñanza bíblica de que el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado. Repito estas ideas sólo para reafirmar que la planificación es un modelo a escala de lo que puede suceder en el país si las esclusas que contienen el definitivo poder popular son abiertas, esto es, si en definitiva nuestra población asume de veras, completamente, su destino. En otras palabras, si construye colectivamente sus propios tiempo y espacio.” En Aporreahttp://www.aporrea.org/ddhh/a20071.html

[2] “En la Antropología del liberalismo hay un concepto fundamental que se ha acabado convirtiendo en una especie de fetiche a la hora de hablar sobre economía y política: «HOMO ECONOMICUS». Mediante esa expresión se designa una abstracción conceptual o, mejor, un modelo y una previsión que hace la ciencia económica sobre el modelo de comportamiento humano perfectamente racional, que es definido por tres características básicas: el «homo economicus» se presenta como “maximizador” de sus opciones, racional en sus decisiones y egoísta en su comportamiento. La racionalidad de la teoría económica descansa sobre la existencia y las “virtudes” calculadoras de ese individuo, que actúa en forma hiper-racional a la hora de escoger entre las diversas posibilidades.” Ver el artículo completo en http://www.alcoberro.info/V1/liberalisme5.htm

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